Con categoría de Monumentos LOS CONVENTOS DE CARMELITAS DESCALZOS Y DE LA CONCEPCIÓN BENEDICTINA Y SAN PABLO, DECLARADOS BIENES DE INTERÉS CULTURAL
Los conventos toledanos de los Carmelitas Descalzos y de la Concepción Benedictina y San Pablo, han sido declarados Bienes de Interés Cultural, con categoría de Monumentos, según decretos que aparecen publicados hoy viernes en el Diario Oficial de Castilla-La Mancha.
Asimismo, el Diario Oficial publica un tercer decreto por el que se delimita el entorno protegible del Taller del Moro, declarado ya Bien de Interés Cultural, con el fin de garantizar la adecuada protección del monumento.
El conjunto conventual de los Carmelitas Descalzos debió de ser edificado entre 1643 y 1655 y consta que su portada de piedra se contrató en 1651, según trazas del arquitecto, carmelita descalzo, fray Pedro de San Bartolomé.
El edificio dispone sus dependencias en torno a un patio, cuyo piso principal lo forman cuatro galerías, con bóvedas de medio cañón con lunetos, salvo en los tramos de esquina que están cubiertos con bóvedas de aristas.
La iglesia es de planta rectangular, estructurada en tres naves; aunque los tramos de las laterales quedan marcadamente individualizados, a modo de capillas, por sus bóvedas cupuliformes.
Tiene nave central de doble ancho, más alta que las laterales, amplio crucero de brazos cortos, en cuyo tramo central se levanta una cúpula sobre pechinas, así como la de la nave central, del coro y de los laterales del crucero, son de medio cañón. El exterior es, en general, de ladrillo visto con rafas de mampostería, de volúmenes cúbicos y perfiles rectilíneos con un cimborrio cuadrangular que enmascara la cúpula.
La portada en piedra es de tipo retablo-cuerpo y ático con hornacina y presenta, como soportes fundamentales, no ya columnas, sino pilastras toscanas.
En cuanto al convento de la Concepción Benedictina, tuvo su origen en un beaterio para mujeres, fundado en 1487 por don Diego Fernández de Ubeda. A partir de un pequeño núcleo inicial, el beaterio fue adquiriendo otros inmuebles adyacentes para levantar el conjunto conventual que hoy día podemos admirar.
La iglesia y las dependencias conventuales, distribuidas en dos pisos, se estructuran en torno a un patio, también de dos pisos, de reducidas dimensiones. La iglesia conventual, su sacristía y el coro bajo de las monjas, junto con el mencionado patio, son las partes relevantes desde un punto de vista artístico.
Las obras de la iglesia y del convento se inician en 1633, bajo trazas y diseños de Lorenzo Fernández de Salazar. La iglesia es de planta rectangular, con una sola nave, dividida en tres tramos, y una amplia capilla mayor. Carece de crucero y de coro en alto a los pies. La sacristía está tras el testero. Un medio cañón fajeado y con lunetos es el abovedamiento de la nave, en tanto que sobre la capilla mayor se levanta una amplia cúpula sobre pechinas, con un pequeño anillo de base más que tambor y una diminuta linterna. La citada capilla mayor queda elevada respecto a la nave mediante tres escalones de acceso, y existe una reja que divide ambos espacios.
La portada de la iglesia, en piedra, es de tipo retablo, y se halla estructurada en un cuerpo, rematado por frontón curvo partido, y ático con hornacina, que aloja una estatua de la Inmaculada. La sacristía del templo, situada tras la capilla mayor, es una estancia rectangular, cubierta con un cañón rebajado con lunetos; la parte correspondiente al coro de las monjas es de forma irregular y tiene una bóveda de aristas. El coro bajo de las religiosas es un amplio espacio rectangular, cuya bóveda es un cañón rebajado con lunetos. En él es abundantísima la decoración pictórica.
El claustro o patio conventual está constituido por dos niveles de galerías que se abren a un espacio central cuadrado, estructurado en dos pisos, con seis arcos por paño; todo él realizado en ladrillo visto. Los soportes son pilares, con pilastras toscanas adosadas en sus frentes exteriores. Los arcos que saltan entre los citados pilares son de medio punto; y los antepechos de los vanos presentan motivos decorativos, realizados con el propio ladrillo, a modo de crucetas muy apaisadas. Sobre uno de los muros superiores de este patio se dispone la espadaña, también de ladrillo.